El
concepto civilización
deriva de la palabra latina civis,
ciudadano, a su vez derivada de las raíces indoeuropeas que significan
agradable, gentil, educado. De tal manera, resulta que todas estas últimas
acepciones se pueden dar o asegurar en forma plena, únicamente dentro de una
sociedad política, superando la vida familiar y la vida tribal. Ya los grandes
fundadores de la ciencia política en la antigua Grecia afirmaban que la vida plenamente
autárquica y autosuficiente sólo es posible en una sociedad política. Más
aun, el mismo nombre «polis» tiene,
en las lenguas indoeuropeas, la misma raíz que la palabra plenitud.
Esto
significa que lo que nosotros llamamos hoy civilización posee un contenido que
puede desarrollarse y sobrevivir sólo dentro de un marco o corteza de estructuras políticas
o estatales. De tal manera, la política y la civilización nacen, conceptual y
cronológicamente, en forma conjunta. En forma simultánea nace también la
historia, porque la historia es el registro de hechos humanos por orden cronológica,
que sólo es posible dentro de una civilización.
En
relación con este tema, surge el problema de la enumeración y clasificación
de todas las civilizaciones habidas durante la historia de la humanidad. El
primer intento de clasificación de civilizaciones o de «tipos culturales»,
como su autor los llama, es realizado por el científico ruso Nikolai
Iakovlevich Danilievsky (1822-1885), quien enumera doce «tipos culturales»
(egipcio, chino, asirio-babilónico-fenicio-caldeo o antiguo semita, hindú,
iranio, hebreo, griego, romano, neosemita o arábigo, germano-romano, mejicano y
peruano). Danilievsky, en virtud de dicha pluralidad histórica, niega el
monopolio exclusivista de Europa Occidental sobre la vida cultural de la
humanidad. Luego, después de la Primera Guerra Mundial, el pensador alemán
Arthur Spengler publica su famosa obra «La decadencia de Occidente»,
continuando, a su manera, la teoría de Danilievsky. Después de la Segunda
Guerra Mundial, se termina de publicar la obra «Estudio de la historia» del
helenista inglés Arnold J. Toynbee (1889 – 1975), quien enumera diez y nueve
civilizaciones en la historia de la humanidad, de las cuales actualmente
sobreviven sólo cinco (occidental, ortodoxa o griego-oriental, islámica, hindú
y del Lejano Oriente).
Sin embargo, a esta altura del análisis teórico surge un problema con la
diferenciación entre los conceptos de cultura y civilización. Esta divergencia
fue siempre importante para los pensadores rusos, pero en Occidente nunca se
percibió una distinción nítida entre ambos conceptos. Toynbee, por ejemplo,
llama a las civilizaciones «grandes sociedades» que, a su vez, poseen «culturas
distintivas». Además, en la obra mencionada, Toynbee habla básicamente de una
sola civilización helénica (griega) pero en su último libro «Los griegos:
herencia y raíces» habla de tres civilizaciones en Grecia: micénica, helénica
y bizantina, omitiendo una cuarta, la helenística, que cronológicamente fue el
nexo entre la helénica y la bizantina.
Dejando
de lado las distintas maneras de enumerar las civilizaciones habidas en la
historia de la humanidad, surge el problema de su división y clasificación por
sus tipos y características. El sociólogo y pensador ruso Pitirim
Aleksandrovich Sorokin (1889-1968), expulsado de Rusia en el año 1922, por el régimen
comunista de Lenin, junto con un centenar y medio de científicos y pensadores
rusos, y radicado luego en los Estados Unidos, donde devino «padre de la
sociología moderna norteamericana», elaboró una teoría compleja y completa
acerca de tres diferentes tipos de civilizaciones que él denomina: ideacionales
(espirituales), idealistas (mixtas e intermedias) y sensualistas
(materialistas). Estos tipos culturales son, en realidad, períodos diversos de una misma civilización. Por ejemplo, la
civilización griega, según Sorokin, fue «ideacional»
desde Homero hasta el siglo V aC, luego fue «idealista»
o sea mixta hasta el siglo I aC y después fue «sensualista-materialista» hasta el siglo IV dC, cuando, con el
triunfo del cristianismo, se transformó nuevamente en ideacional. Asimismo, la
civilización europea occidental (con existencia propia a partir del inicio del
siglo IX, según Toynbee) pasa por una similar sucesión de períodos, hallándose
en la actualidad en la fase «sensualista-materialista».
Además,
Pitirim Sorokin establece una diferencia sociológica entre estructuras
culturales orgánicas cerradas y «conglomerados
abiertos de diferentes sistemas, sólo integrados parcialmente». Esta
distinción es importante para nuestro análisis porque la civilización helenística,
como veremos más tarde, y la civilización contemporánea pertenecen a este
segundo tipo de civilizaciones-conglomerados, «sólo parcialmente integrados».
Un
análisis pleno y profundo del tema de los procesos actuales de globalización
necesita, sin embargo, de una teoría acerca de los distintos tipos de formas
políticas de las civilizaciones, o sea de los estados. A tal efecto, cabe
proponer el siguiente esquema histórico.
Los
primeros dos estados en la historia de la humanidad surgen aproximadamente 3000
años aC, en forma casi simultánea,
y son, a la vez, sus primeras civilizaciones: la sumerio-asirio-acadio-babilónica
(mesopotámica) y la egipcia. Ambos son estados territorialmente muy grandes,
surgidos en base a proyectos de
fertilización de extensos territorios de tierras desérticas, mediante vastos y
complejos sistemas de irrigación. El estado mesopotámico agrupa a varios
pueblos, inclusive de distintas razas y es, por lo tanto, un estado multiétnico,
mientras que Egipto es predominantemente un estado nacional. Estos dos estados
territorialmente grandes establecen la primera bipolaridad geopolítica en la
historia humana, sin provocar por ello una situación de guerra fría. (Durante
la existencia de estos dos estados surge un tercer macro-estado en China, que
también contiene una entera civilización. Sin embargo, debido a su lejanía, a
su aislamiento, a su falta de participación en el desarrollo de las demás
civilizaciones y a otras causas, no es tomado en cuenta en este análisis).
Casi
dos mil años más tarde, o sea aproximadamente 1000 años aC, nace en Atenas un
nuevo tipo de estado, esta vez muy pequeño, que, por oposición a los
macro-estados, podemos denominar micro-estado.
Es la polis ateniense. La polis (cuya
raíz es la misma que la de la palabra plenitud) es la agrupación, el ayuntamiento
(«sinekia» en griego) de varias aldeas de una comarca, alrededor del «ágora»
(forum), o sea alrededor de un lugar de
reuniones y de discusiones públicas de una de ellas. Este nuevo tipo de
estado nace como un proyecto de libertad para todos los ciudadanos que la
forman, que logran cierta autarquía económica, mediante la plenitud de sus
actividades agrarias y artesanales. Así nace también, aproximadamente dos
siglos más tarde, la República (polis) de Roma. Las ventajas culturales,
sociales y políticas de estos nuevos micro-estados son contrapesadas por la
pequeñez de sus tamaños. De allí surge la necesidad, tanto en Grecia (en la
Península Balcánica y en el Asia Menor) como en la Italia etrusca, latina y
griega de formar ligas de estos
estados-polis, de desarrollar intensas relaciones comerciales internacionales y,
en el caso de Grecia, de formar instituciones culturales supra
estatales, tales como los Juegos Olímpicos y los santuarios pan-helénicos.
Pronto,
en el siglo VI aC, surge en Asia un tercer tipo de estado, como consecuencia de
la conquista por Persia de los estados de la Mesopotamia y de Egipto. Así nace
una súper potencia multiétnica,
pero unitaria y monocultural, o sea
con hegemonía de una sola cultura,
subdividida en distritos administrativos, llamados «satrapías», básicamente
de acuerdo con principios geográficos, pero no étnicos ni culturales. De tal
manera, se logra una especie de pre-globalización, pero no multilateral, ni
multipolar, ni polifónica, sino unipolar, encabezada por un «gran
rey» sobre todo el mundo, según la idea heredada de los acadios. Este «gran
rey» (o «rey de reyes», como lo llama el profeta Daniel) no reina sobre
componentes autónomos ni aun menos libres, sino sobre sus propios «sátrapas».
Es lo que Aristóteles llama «reino
total» (pambasileia,
«monarquía absoluta», en traducción de Julián Marías y María Araujo), «reino de los bárbaros», (basileia
twn barbaron, Aristóteles,
Política, 1285 a).
Sin
embargo, esta pre-globalización nunca fue plenamente lograda, debido a la
heroica resistencia de Grecia, que defendió su libertad. Ni siquiera la alianza de la súper potencia persa con la potencia de Cartago (que era una
colonia autónoma de los fenicios, que estaban bajo el poder persa) pudo lograr
la total hegemonía universal, debido a la libertad conservada por los micro
estados griegos en la península balcánica, en Sicilia y en el sur de Italia, y
por la creciente polis romana. Sólo la liga de las polis etruscas en Italia
entró en alianza con Cartago y, por lo tanto, en forma indirecta, con la gran
alianza encabezada por el gran rey persa.
Justamente
la resistencia de los micro estados griegos al súper estado persa fue, a la
larga, una de las causas del surgimiento de un nuevo
modelo de globalización universal. Otra de las causas fue, paradójicamente,
la sumisión obligada a los persas de los micro estados griegos en las costas
del Asia Menor, en el año 545 aC. Esta parte de Grecia posee una importancia
radical en la historia de la humanidad. Es allí, en la Grecia asiática, donde
nacen, en realidad, Europa y la cultura europea. En particular, la filosofía
nace con Tales, en Mileto, ubicada en dicha costa.1
Hace
más de 23 siglos, los reyes de Macedonia, Filipo II y Alejandro Magno, dentro
de sus planes de unificación plena de
Grecia, no podían de ninguna manera eludir la necesidad histórica de la
liberación de la costa griega del Asia Menor. Luego, Alejandro Magno pretendió
también hacer pagar a Persia su destrucción de Atenas en el año 480 aC. Sin
embargo, la principal causa del surgimiento de un nuevo modelo de globalización,
además de la liberación de las polis griegas oprimidas y del castigo de los
opresores, fue la liberación de todos
los pueblos de Asia y África que se hallaban bajo el poder de la gran súper
potencia persa.
Con
las reconquistas y conquistas de Alejandro Magno (336-323 aC) se crea un nuevo
imperio multiétnico y, simultáneamente, se establece una pluralidad cultural dentro del mismo, sin ninguna clase de hegemonías (característica imitada hoy
deliberadamente por la Unión Europea). El propio Alejandro Magno no sólo
ofrece sacrificios a los dioses de Babilonia y de Egipto, sino también al Dios
de Israel, asistido por el Sumo Sacerdote de Jerusalén.
Este
primer Imperio de la humanidad perdura aún después de la muerte de Alejandro,
hasta el año 306 aC. Luego el Imperio se subdivide en tres grandes estados:
Egipto, bajo los ptolomeos; Pre-Asia, bajo los seleucidas (por Seleuco, hijo de
Antíoco) con dos capitales: Antioquía, en Siria y Seleucidia en Iraq, a
orillas del Tigris; y Macedonia, bajo los antígonos. Tres siglos después de su
creación, este mundo helenístico se amplía con Roma, formándose, de tal
manera, el segundo Imperio, que sirve de envoltura a la civilización
multicultural greco-romana.
Surge
así un nuevo tipo de macro-estado, cuya idea básica se puede resumir como un intento de síntesis entre la pequeña polis greco-itálica y los
grandes estados territoriales de Oriente, pero no dirigidos al unísono, por un
poder hegemónico, sino en forma de un coro
polifónico. En la nota No. 50 de Julián Marías, a su traducción al español
de la «Política» de Aristóteles, se subraya que «todo el problema político del mundo antiguo fue la
posibilidad de pasar de una “forma de estado” a otra que no fuese la ciudad,
pero que tuviese una efectiva forma política, y, por tanto, una constitución,
y no fuese esa vaga realidad social a la que los griegos llamaban ethnos».
Así,
a partir de Alejandro Magno, estos territorios se cubren con una red de «polis»
o municipios, que organizan y dan forma a un poder
local. Esta característica de las estructuras políticas, basadas sobre tal
red municipal, sigue siendo vigente
desde entonces hasta el presente. Es esta red la que trajo, de una u otra
manera, una liberación, a nivel de modo
de vida, a todos los pueblos, lo que fue la causa principal del
engrandecimiento, y hasta la divinización, de Alejandro Magno, como un
libertador general. El eco de tan extraordinaria popularidad llega hasta
nuestros días.
La
libertad cultural y religiosa se complementa así con la creación de enormes
espacios económicos, compuestos por mercados locales y regionales que se
integran en un mercado global. Esta última característica se refiere no sólo
al comercio global, sino también a la fluidez de capitales entre las distintas
partes de dicho espacio económico. Gracias a ello, en algunas partes y en
algunos ramos, se logra organizar la producción en forma casi industrial. Además,
se produce una subdivisión de este enorme territorio económico en regiones
basadas en cierta especialización, como consecuencia de un criterio de
rentabilidad y de costos.
El
mayor éxito de este modelo helenístico de globalización se logra, no
obstante, en el campo cultural. Florecen la ciencia, las artes y la técnica que
son siempre las primeras en alcanzar una genuina globalización. Se establece
una evidente multipolaridad de
centros culturales: Alejandría, Antioquía, Pérgamo, etc. El idioma griego, en
su etapa alejandrina, se despega un poco del modelo clásico ático y ateniense,
con aportes de modismos espartanos (a raíz de los fuertes componentes
espartanos en la población de Alejandría) y se convierte en la lengua común (koine)
de aquel primer mundo de civilización global.
Alejandría
es la capital cultural de ese mundo, con su enorme población cosmopolita,
compuesta principalmente por griegos, egipcios y judíos, todos ellos
helenizados. Los faraones griegos de Egipto crean las famosas Biblioteca y
Universidad de Alejandría en el siglo III aC, y es en ellas donde la ciencia
adquiere, por primera vez, un carácter global y universal. En este centro helenístico
de alta cultura se establece la geometría de Euclides, se desarrolla la idea de
que la tierra es redonda (Eratóstenes hasta mide su circunferencia con
asombrosa exactitud), se confeccionan los primeros mapamundi (cuyas copias
bizantinas parece que perduraron hasta la época de los descubrimeintos de Colón),
se hacen los primeros estudios experimentales de anatomía humana, y es
traducido por primera vez al griego el Antiguo Testamento, por autorizados
representantes del pueblo judío.
Toynbee
dice al respecto: «La
comunidad ecuménica tomó el lugar de la comunidad local... Los éxitos del
helenismo son numerosos e inmensos. Hasta la fecha no los han superado las
producciones de ninguna otra civilización... En la época de su mayor difusión
esta cultura llegó por el Occidente – con ropaje latino – hasta Britania y
Marruecos, y por el Oriente – con ropaje budista
hasta el Japón».
En
síntesis, esta primera civilización ecuménica, que sigue siendo un modelo
todavía válido de globalización multipolar
polifónica, es denominada civilización
helenística por el aporte catalizador
del helenismo o de la cultura griega propiamente dicha. Sus características son
verdaderamente universales, y sus múltiples aportes contienen principios básicos
aplicables en cualquier tiempo y lugar.
Sin
embargo, no debe perderse de vista el hecho de que no se trata de meros esquemas geométricos de poder, sino de un núcleo de creencias que las animan, específicamente tolerantes
con otras creencias y, por lo tanto, capaces de lograr convivencias armónicas.
En la faz política, se produce una especie de fecundación de las grandes
organizaciones territoriales del estado por la idea central de la polis griega,
en el sentido de que la política compete
a todos y no sólo a quienes detentan el máximo poder,
y que el mismo poder,
en principio, surge de entre todos.
Así nace la idea del
Imperio, derivada del concepto de «Poder Supremo» en la Polis Romana; aunque,
de ninguna manera, significa «poder total». El verdadero Imperio se
caracteriza por la participación en el
poder central de las élites periféricas, y ésta es, justamente, la gran
innovación del Imperio de Alejandro Magno.
Si
el comienzo de este primer modelo de globalización multipolar puede ser fácilmente
precisado en la época de las conquistas de Alejandro Magno, no es tan simple
determinar su fin. Hay un proceso gradual de agotamiento, con distintos límites
cronológicos. Ortega y Gasset llama la atención sobre el fenómeno de la pérdida
por Italia, en el siglo V, de su carácter de país bilingüe. En el norte queda
sólo el latín, en el sur, sólo el griego. También en este siglo, en el año
476 dC, cae definitivamente el
Imperio Romano de Occidente. Un siglo y medio más tarde, San Isidoro (570-636
dC), obispo de Sevilla, compone su enciclopedia de la cultura antigua, ante la
desaparición general de la misma. No obstante, el límite cronológico de esta
cultura helenística puede ser desplazado en dos siglos, hasta la segunda mitad
del siglo VII, cuando el Imperio Romano, ya con una única capital en
Constantinopla, pierde sus provincias en Siria, Palestina, Egipto y África del
Norte, conquistadas por los árabes. Así, con la caída física de Alejandría
en el 642 dC, cae también este mundo helenístico, simbólicamente fundado casi
mil años antes, en esta misma ciudad.
En
cierto sentido, sin embargo, también es posible intentar fijar el término
cronológico de esta civilización en un siglo y medio más tarde. Es el límite
que indica Toynbee, al decir que antes del año 800 dC existía aún la antigüedad,
pero luego, ya no. Este año, 800 dC, es en cierto sentido emblemático, porque
en este año Carlomagno es coronado por el Papa como emperador, sin la necesaria
anuencia del emperador y del senado romanos, con sede en la Nueva Roma, nombre
oficial de Constantinopla en aquel momento. Así la Europa occidental corta su
cordón umbilical con el imperio antiguo.
Las
herencias
Surge
así, a partir del año 800 dC, la Europa
Occidental, con sus dos núcleos catalizadores que perduran hasta nuestros días:
el doble núcleo franco-germano (base de la actual Unión Europea) y el núcleo
normando, utilizado entonces como ariete para expulsar al Imperio Romano del sur
de Italia, y dos siglos más tarde, para someter a los anglo-sajones en las
Islas Británicas, que eran aliados y amigos de Constantinopla. 2
Es
importante tener en cuenta que esta nueva Europa Occidental, casi desde sus
comienzos, excluye deliberadamente de sí misma a Grecia y a los territorios
bajo la jurisdicción eclesiástica del Patriarcado de la Nueva Roma
(Constantinopla), como también a Rusia. (A partir del año 988 Rusia, con su
capital entonces en Kiev, es la provincia eclesiástica número 61 de la Iglesia
de Constantinopla).
Es
necesario también destacar que el modelo polifónico helenístico influyó en
la construcción de las estructuras eclesiásticas del Cristianismo. La Iglesia
cristiana nació en una sola cuna,
que fue Jerusalén, pero la primera iglesia de Jerusalén estaba ya preñada
de una multiplicidad ecuménica, aun cuando todavía no existía ninguna de
las tres primeras sedes de la primitiva triarquía cristiana: Antioquía,
fundada por San Pedro; Alejandría, por San Marcos y Roma, por San Pedro y San
Pablo. Luego, como es sabido, la triarquía es ampliada a pentarquía, con el
agregado de las sedes de Constantinopla y de Jerusalén. Esta pentarquía perduró
hasta fines del siglo XVI, cuando en el año 1589 los cuatro patriarcas de las
Iglesias Orientales agregaron a la lista de grandes Patriarcados Cristianos la
sede del «Patriarcado de Moscú, de todas las Rusia y de los países del Norte».
Tampoco
debe ser soslayado el hecho histórico de que el Islam también posee, en
realidad, un carácter polifónico, a pesar de algunas tendencias hacia un
califato único.
En
general, el modelo helenístico coadyuvó en la génesis de las culturas árabe
y rusa. El renacimiento árabe de los siglos VIII, IX y X está ligado a la
cultura bizantina de los nuevos territorios del Islam en Siria, Palestina,
Egipto y África del Norte, que eran provincias bizantinas hasta la segunda
mitad del siglo VII. Fueron allí traducidas las obras de la antigüedad clásica
del siríaco al árabe, llegando luego, a través de España, a la Europa
Occidental. Recién con el saqueo de cien mil manuscritos griegos de
Constantinopla, en el año 1204, la Europa Occidental volvió a tener un
contacto directo con las fuentes griegas de su cultura. Este hecho, el pillaje
de cien mil manuscritos griegos, fue el primer impulso para el Renacimiento
italiano, dos o tres siglos más tarde. En el Renacimiento también influyó
considerablemente la vecindad de Calabria, greco-parlante y ortodoxa, como
asimismo, la llegada de los exiliados bizantinos luego de la caída de
Constantinopla, en el año 1454.
En
resumen, puede concluirse que la civilización europea occidental es, en su
origen, también helenística, basada en cuatro grandes legados: de Israel ha heredado el principio de ecuanimidad («Doble pesa y
doble medida, abominación son a Jehová ambas cosas», Proverbios, 20,10);
de Grecia, el principio de justicia,
en oposición al de venganza, tal
como lo exigía el fundador de la polis ateniense, Teseo, mil años antes de
Cristo; de Roma, la idea del derecho, expresada por el Apóstol San Pablo, al afirmar
que el castigo sin juicio es inaceptable; y del Cristianismo, la idea de igualdad
y fraternidad entre los hombres, porque todos son hijos de un solo Dios y
por lo tanto son personas, y no solo
individuos, y las ideas de libertad, libre
albedrío, misericordia, caridad y amor.
En
consecuencia, el agotamiento de este macromodelo dependerá, en primer lugar,
del abandono de estos cuatro grandes principios fundadores y fundamentales.
Actualmente, pueden ya ser observados, en forma evidente y objetiva, procesos
históricos en los que, de una u otra forma, dichos principios son traicionados,
esencialmente, por el
abandono del gran principio helenístico
de tolerancia cultural, y por su consiguiente sustitución por el precedente
principio de intolerancia. Esta posición reaccionaria está claramente
descripta por Arnold J. Toynbee en su introducción a su «Estudio de la
Historia», cuando afirma que la civilización occidental contemporánea «ha acorralado a las demás sociedades y las ha enredado en las mallas
de su superioridad económica y política, pero no las ha despojado todavía
de sus culturas distintivas». La historia nos enseña (y no sólo la de
Persia), que las metas de despojo, aun a largo plazo, al cabo son resistidas, y
muchas veces llevan al desastre a los despojadores.
Últimamente, también
se está abandonando en forma substancial el principio de derecho, ya que, si bien se aplica en los ámbitos
internos de cada uno de los estados, en las relaciones internacionales es
admitida la posibilidad de castigo sin
previo juicio, y hasta de unificación de las funciones de acusador, juez y
verdugo en una sola instancia jurídica, lo que es incompatible con la idea de
estado de derecho.
Simultáneamente,
sin embargo, existen también posibilidades potenciales de regeneración, por
medio del redescubrimiento de estos principios y mediante la renovada aplicación
de los mismos en las nuevas circunstancias.
De
cualquier manera, la subsistencia de la idea básica del modelo helenístico está
garantizada por su funcionalidad y por su necesidad, aun en las nuevas
circunstancias contemporáneas. La realidad de una globalización universal en
los distintos campos de la vida humana es tan evidente como el anhelo, casi unánime,
de que los poderes de dicha globalización se organicen sin prepotencia e,
inclusive, sin una excesiva hegemonía de ninguno de sus componentes, sino con
un criterio de concordia. En la época de la codificación del derecho romano,
bajo el emperador Justiniano (527-565 dC), al surgir la necesidad de traducir al
griego la terminología constitucional romana, y al aparecer en griego las
primeras nuevas leyes (novelas), el término romano «concordia» era traducido
como «sinfonía». Cicerón decía
que sobre la concordia estaba basado el estado romano. Concordia significa,
literalmente, «unión de los corazones», y sinfonía, «polifonía
armónica de muchas voces».
Éste
es el sentido más profundo del modelo de globalización helenística que, en el
campo internacional, sigue aún vigente hasta hoy. La misma idea de la Unión
Europea está basada en dicho principio de coro polifónico, aunque no se lo
diga expresamente.
La
búsqueda del equilibrio entre los grandes poderes y culturas en el mundo va
también, inexorablemente, bajo distintas terminologías, en la misma dirección.
1)
Luego de pertenecer durante más de tres milenios a Grecia, y por ende a Europa,
siendo cuna de la misma, dicha costa del Asia Menor fue entregada, hace 80 años,
a Turquía, que es el estado de un pueblo venido del centro de Asia. Simultáneamente,
hace 80 años, en la década de los años veinte del siglo pasado, se produjo en
dicha costa europea del Asia Menor la primera limpieza étnica total de los
tiempos modernos. Desde entonces, en los mencionados territorios, se pierden por
desidia innumerables monumentos del patrimonio cultural de la humanidad, aunque
en los últimos tiempos han surgido propuestas para reciclarlos comercialmente,
con fines turísticos. Hoy, Turquía reclama con insistencia
su entrada a la Unión Europea, sin que ninguna de las partes hasta ahora
haya planteado el problema del status cultural de la cuna de la civilización
europea, en la Grecia del Asia Menor, y la devolución a la Iglesia Griega de
Santa Sofía, su Catedral Mayor, en Constantinopla. Ambas cosas, en aras de no
discriminación y de la libertad religiosa y cultural.
2)
Luego, con el transcurrir del tiempo, este ala noroccidental de los normandos se
prolongó hasta la América del Norte, formando hoy una de las alas de núcleo
noratlántico de la civilización contemporánea.
RESUMEN